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Pérdida, Dolor, Duelo…


Existen ciertos momentos en mi existencia donde toco el fondo de mi ser y entonces necesito plasmarlo en líneas.

Han pasado muchas crisis a lo largo de mi vida. He vivido cosas muy bellas y cosas muy dolorosas, viviendo ambas, con mucha intensidad, el tiempo de duelos ha variado dependiendo del grado de la pérdida.

Hay pérdidas que yo he elegido, como por ejemplo: terminar algunas situaciones, relaciones, dinámicas en mi interacción con las demás personas; pero ha habido otras que no he elegido y que la vida me las ha puesto, como la muerte de mi padre, mi salud, la ausencia de algunas personas, etc.

Cuando yo he elegido terminar o irme, por lo general una parte mía emocional ya se había ido antes de hacerlo físicamente y también desde mucho tiempo antes, había tocado el dolor… Ese dolor silencioso que se experimenta cuando sabes muy dentro de ti que algo ha cambiado y empieza a terminar… incluso temes siquiera pronunciar eso que estás sintiendo.

Entonces llega la crisis.

"La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir

y cuando lo nuevo no acaba de nacer" —Bertolt Brecht.

En los momentos en que la vida me puso frente a la pérdida, sin haberla buscado o esperado, el desconcierto ha sido enorme, la sensación de impacto me ha durado mucho tiempo.

Hasta que todo pasa y despierto de ese choque interno e intenso…

Hoy en muchas situaciones de pérdidas me ha ayudado voltear a ver cómo salí de los procesos de duelo anteriores y cómo los resolví en aquel momento, todo lo que mi vida cambió y todo lo que reestructuré dentro de mí, posterior a la pérdida desde luego.

Y asumo que en el momento del dolor sólo toca eso, vivir el dolor de la ausencia, siempre y cuando no me quede ni me estanque por largos meses y meses ahí.

Dice Judith Viorst que tenemos 3 tipos de respuestas para defendernos contra el dolor de la separación:

  1. Alejamiento emocional.

  2. Necesidad compulsiva de ocuparse de los demás. En lugar de sufrir la persona por su pérdida, busca aliviar el dolor de los otros, de los que sufren.

  3. Autonomía prematura. Se reivindica la independencia demasiado temprano.

¿Qué haces tú?

Para mí es difícil cuando estoy en profundo contacto con la pérdida, entender que hay pérdidas necesarias en la vida para poder avanzar y continuar; porque gracias a lo que se va, llega lo nuevo a mi vida.

Necesité dejar de ser niña para convertirme en adolescente, necesité dejar de ser hija de familia para formar mi hogar, necesité soltar aquella forma de amar infantil para tomar una forma de amar madura, etc.

Y en el proceso doloroso de duelo, parte de lo que toca hacer es quedarme conmigo, en contacto profundo con lo que soy y lo que tengo de mí misma en ese momento de mi vida, para acompañarme y estar conmigo.

Solo eso…

No hay otra manera de vivir la pérdida más que con lo que soy aquí y ahora, quisiera tener más recursos desarrollados y ponerlos para aumentar la velocidad y minimizar el daño ante lo terminado. Pero no es así…

Y lo único que se necesita del exterior es contención y acompañamiento. Donde me puedan escuchar y entender desde mi mundo.

Sergio Michel diría:

“Por un momento independientemente de mi opinión o percepción, respeto tus sentimientos, sólo quiero entenderlos, no quiero cambiarte ni convencerte de lo contrario”.

No necesito que me digan cómo y de qué manera hacer las cosas, en qué me equivoqué o que me lo advirtieron; tampoco que me digan que todo eso que vivo es por mi bien…, sólo necesito que me acompañen y quizá que me compartan cómo han vivido lo mismo alguna vez en su vida.

Es quedarme sin palabras, con lágrimas humedeciendo mis mejillas e imágenes llenas de recuerdos; momentáneamente sólo necesito eso.

Posterior a esta etapa hay un cambio, se comienza a salir del proceso de duelo con momentos de mucha sensibilidad; donde se vuelve a sentir profundamente tanto la alegría como el dolor, casi juntos, en momentos inesperados, sin ser invitados aparecen ambos, pareciendo una locura de sentimientos encontrándose a la par.

Y con el tiempo, poco a poco las ocasiones en que la tristeza aparece cada vez son menos.

Así es como regresas al mundo de nuevo, más plena, más completa desde todo lo que eres, con más fortaleza y entonces empiezas a ser capaz de tomar el aprendizaje de lo vivido; lo doloroso ahora duele mucho menos.

Hasta que llega el momento en que lo vivido, sólo “pasó”.

No hay arrepentimiento por haberlo vivido, sólo amor por lo que quedó de esa experiencia. Aquí ya has retomado tus sueños, ya estás liberado y has dejado con libertad a las personas involucradas y a los acuerdos o promesas hechas.

Y entonces llegan nuevas experiencias a la vida y es así que decidimos que la vida vale la pena ser vivida. Incluso sabes que el dolor volverá en la vida por algunos otros eventos que irremediablemente existen, porque forman parte de la experiencia humana. Pero entonces te das cuenta que has integrado en tu existencia las pérdidas y eres más fuerte en tu interior para continuar con una vida plena.

Khalil Gibran, lo expresa muy bien en su frase:

"La alegría y la pena son inseparables. Vienen juntas y cuando una se sienta a tu mesa, recuerda que la otra está durmiendo en tu lecho".

No hay garantías de felicidad o tristeza permanentes. Sólo hay posibilidades de elección en la manera de vivir cada una cuando aparecen en tu existencia. Y es entonces cuando asumes la responsabilidad de tu vida.

Es así que: te conviertes lenta, gradual y sabiamente en una persona más completa y más plena cada día…

Finalmente te comparto este escrito de Rabindranath Tagore que me hace mucho sentido:

Iba yo por un camino, cuando una voz de mujer detrás de mí me dijo: « ¿Me conoces?»

Me volví y le contesté: «No recuerdo tu nombre.» Ella me dijo: «Yo soy aquella Tristeza profunda que sufriste hace tiempo.» Sus ojos se parecían a la mañana cuando el rocío está todavía en el aire. Permanecí en silencio y luego le pregunté: « ¿Has perdido aquella carga inmensa de lágrimas?» Ella sonrió sin contestarme. Comprendí que sus lágrimas habían tenido tiempo de aprender el lenguaje de las sonrisas. Me recordó: «Una vez aseguraste que conservarías tu tristeza para siempre.» Avergonzado, respondí: «Es verdad, pero los años han pasado». Después, con su mano entre las mías, le dije: «Pero tú también has cambiado.» Entonces, ella me contestó, serena: «Debes saber que lo que un día fue Tristeza es ahora Paz».


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